15/4/06

Cuestiones de género en enfermedad cardíaca. Heridos corazones de mujer.

El corazón de la mujer

Las mujeres que sufren infartos cardíacos no responden al estereotipo que las imagina parecidas a los hombres, “masculinizadas”. Al contrario, hay un modo característicamente femenino de construcción de los factores que llevan a la enfermedad. Para discernirlo, la autora entrevistó a mujeres de distintos sectores sociales.

Hay un modo característicamente femenino de construcción de los factores que contribuyen al riesgo de infarto agudo de miocardio y angina inestable (“cardiopatías isquémicas”). Conocerlo puede ayudar a la prevención, tratamiento y rehabilitación de estas pacientes.

A tales efectos, efectué un trabajo de campo en dos etapas: 1) entrevistas a pacientes; 2) entrevistas a informantes claves. Para la primera etapa se eligieron dos instituciones: el Hospital Santojanni, ubicado en el límite sudoeste de la ciudad de Buenos Aires, para contar con pacientes de los sectores medio bajo y bajo; las clínicas Bazterrica y La Providencia, también de la ciudad de Buenos Aires, para contar con pacientes de los sectores medio alto y alto. Se tomaron pacientes mujeres de 35 a 55 años con cardiopatía isquémica, internadas por episodio coronario agudo. Los controles se constituyeron en base a mujeres de 35 a 55 años, sin patología coronaria comprobable, pero equiparables en todas las otras características. Se entrevistaron en total 32 mujeres, 16 casos y 16 controles.

Con respecto a los/as informantes claves, se realizaron siete entrevistas a profesionales de diferentes disciplinas con experiencia en el tratamiento y estudio de pacientes con cardiopatía isquémica: cuatro médicos/as especialistas en cardiología, dos psicoanalistas y un epidemiólogo.

El marco teórico desde el cual se abordó el material recabado es un entramado que articula la etnoepidemiología, los estudios de género, el psicoanálisis y herramientas provenientes de las ciencias sociales en salud.

En los resultados, se encontró que las mujeres coronarias de sector bajo y medio bajo responden a patrones tradicionales de género femenino, tanto en términos de organización de la conyugalidad y la maternidad como en términos laborales (Burin, M., Meler, I.: Género y familia, ed. Paidós, 1998). Sin embargo, estas características no se consideraban pasibles de construir el componente de riesgo psicosocial de las cardiopatías isquémicas: al contrario, se las entendía como “factores de protección”. En contraposición al imaginario social respecto de cómo son las mujeres que se enferman de este tipo de patología, éstas no son exitosas, no trabajan fuera del hogar en tareas competitivas y no se parecen a “los hombres”.

Sí son sobreexigidas, puesto que todas ellas han formado parte de un grupo que, en términos tanto de género como de clase, ha efectuado un ascenso social. En lo referente a la clase, la mayor parte de las mismas son migrantes del interior del país; han migrado por razones económicas y provienen de familias extensas, con precariedad de recursos simbólicos y materiales. Con respecto al género, presentan mandatos parentales –fundamentalmente de las madres– de alcanzar patrones de educación tendientes a acceder a una conyugalidad que permita establecer una familia y una feminidad tradicionales.

Para este grupo de mujeres, ser madre y ama de casa en el marco de una familia nuclear se ha constituido en un rasgo de ascenso social (Lombardi, A., Entre madres e hijas. Acerca de la opresión psicológica, Paidós, 1988). Y para ello han debido esforzarse en adquirir nuevas habilidades, lo cual les requirió adquirir características de subjetividad sobreadaptativas: éstas han sido descriptas (Liberman D. Y otros, Del cuerpo al símbolo. Sobreadaptación y enfermedad psicosómatica, edit. Ananké, 1993) como determinantes de la construcción del psiquismo de personas con enfermedades psicosomáticas. Lo cual se constituye en un modo de vulnerabilidad específico de este tipo de población. Esta vulnerabilidad se liga con su tipo de ocupación, y también con el trabajo psíquico y físico que implica el sostenimiento de parejas tradicionales, en las cuales el goce de la sexualidad y la adquisición de un proyecto de vida propio para las mujeres no están incluidos como valor para ninguno de ambos cónyuges; además, con la no búsqueda de otro tipo de relación o de una ocupación laboral por fuera de los trabajos domésticos, sean éstos rentados o en la propia casa.

Las mujeres coronarias de sectores bajos presentan el “síndrome de la supermujer” (Arés P.: “Ser mujer en Cuba. Riesgos y conquistas”, en Género: salud y cotidianidad, Editorial Científico Técnica, La Habana, 2000), que define a las mujeres que se perciben y actúan como “imprescindibles” y multifuncionales; para este caso, con contenidos específicos de sectores populares urbanos. Mujeres que viven en una economía de subsistencia pensando que ellas deben resolverlo todo. Esto las expone, desde las propias expectativas, a situaciones “sin salida”, las cuales generan mucha angustia en subjetividades que suelen presentar gran dificultad para tramitar la angustia; que se inundan de angustia.

Si se comparan las cardíacas de los dos grupos sociales, los únicos elementos comunes hallados en esta variable son la presencia de casi igual cantidad de factores de riesgo y de hijos –un promedio de 2,5 hijos–. En el grupo de sectores altos, la diversidad en las formas de conyugalidad y de inserción laboral permite que estas mujeres se asemejen, más que las de sectores bajos, al estereotipo que la población en general y los/las profesionales de salud han construido en torno de “cómo son las mujeres coronarias”.

Esta construcción imaginaria invisibiliza el modo particular del riesgo en las mujeres de sectores populares, pero también tergiversa el modo particular de la construcción del riesgo de las mujeres de sector social más acomodado, homologándolas con los varones cuando en realidad presentan una modalidad específica de vulnerabilidad.

Se observa como distintivo de las coronarias de sector medio-alto el “no poder parar”. Son mujeres con una fina percepción de lo que está aconteciendo, pero no pueden parar: trasmiten la imagen de algo que pulsa y no puede ser tramitado, contenido o diferido, como si tuvieran un yo poroso. Y el cuerpo actúa como freno de problemas situacionales, subjetivos o intersubjetivos que no pudieron ser resueltos en esos niveles.

Estas mujeres de sectores medio, medio-alto suelen ubicar, como desencadenante del episodio coronario agudo, haber estado inmersas en un ritmo de vida muy apurado, con dificultad para articular áreas; no sólo por la cantidad de tareas de la vida moderna sino por características de subjetividad perfeccionistas y omnipotentes. El tema no es sólo la entrada a la vida de mujer moderna y al mercado laboral asalariado en condiciones “masculinas”, sino la sumatoria de áreas de las que ocuparse: trabajo, familia, desarrollo personal, requerimientos estéticos, etcétera, manteniendo un paradigma de que todo debe ser 10 puntos aunque “mueran en el intento”. Se establece así un perfil específico del síndrome de la supermujer para este sector social que, en lugar de flexibilizar ideales y articular áreas, establece una sumatoria de aspiraciones al ciento por ciento como si cada una fuera única.

Las entrevistadas de ambos sectores sociales, cuando aluden a situaciones específicas de exigencia o traumáticas que tendrían relación con el acontecimiento mórbido, raramente destacan situaciones laborales: la mayoría refiere situaciones relativas a la conyugalidad, a enfermedades graves de parientes o a vicisitudes de la relación madre-hija (sea como hijas o como madres). Lo cual abona la hipótesis de que lo que estresa o vulnerabiliza a las mujeres remite a situaciones ligadas con la constitución del narcisismo de género (Dio Bleichmar, E.: El feminismo espontáneo de la histeria. Estudio de los trastornos narcisistas de la feminidad, ed. Adotraf, 1985). Para el sector de menores recursos, se trata más bien del narcisismo femenino tradicional, que valoriza en términos de autoestima los desarrollos en el área de la familia y la pareja. En el grupo de mayores recursos, se advierten situaciones ligadas al narcisismo de género femenino transicional o innovador, que incluye valores como ser exitosa, tener desarrollo propio y estar de acuerdo con los ideales estéticos vigentes para las mujeres sin abandonar las aspiraciones en el área de la familia y la pareja del modelo tradicional.

Este tipo de construcción subjetiva autoexigente, con contenidos diversos según el grupo social, está en consonancia con un momento histórico en el cual los valores de hiperproductividad, exigencia y polifuncionalidad tienen gran valor social. De todos modos, tienen diferente impacto según el tipo de herramientas subjetivas que la sujeto posea. Así, la sobreadaptación es un modelo de vulnerabilización específica dado por un hiperrealismo, esto es, la sobreestimación de los imperativos de la realidad por sobre sus necesidades y deseos.

Solas

Una referencia muy importante, que permite definir un perfil específico de mujeres cardíacas de sector medio alto es que suelen trabajar solas. Esta soledad actúa como facilitadora de sobrecarga en personas con un significativo grado de omnipotencia a nivel de la subjetividad, pues las deja muy vulnerables frente a situaciones y estímulos que no pueden controlar por sí mismas sin causarse daño.

En este mismo sector aparecen mujeres que ganan más que los maridos; que prefieren a los varones en el trabajo, con una clara identificación con los mismos, y que rivalizan con ellos, aspectos que la literatura sin perspectiva de género consideraría como rasgos de masculinización. Por nuestra parte, planteamos que no se trataría de mujeres “masculinizadas”, sino de mujeres que pagan el costo de la construcción de autonomía en un mundo fuertemente patriarcal, donde el modelo valorizado –también en el fuero íntimo de las mujeres– son los varones. Este costo no se entiende sólo por la exigencia externa, sino por el modo de construcción del narcisismo y la estima de sí en un mundo donde los valorados son los varones. Y este proceso específicamente femenino es usual y erróneamente catalogado como “masculinización”.

Las mujeres cardíacas de ambos grupos sociales tienen en común que, aun cuando desempeñen tareas totalmente diferentes, pertenecen a grupos familiares que las han estimulado a sobreadaptarse para ser mujeres diferentes de lo que fueron sus madres. En ellas operaría el mecanismo psíquico que Liberman describe como una sobreexigencia operativa para el ascenso social, dentro del cual incluimos el “ascenso de género” hacia modalidades con mayores grados de autonomía.

El ascenso de género ha tomado, para las entrevistadas del grupo social más alto, el contenido de que sean independientes o por lo menos autoabastecidas, esto es, pasar del modelo tradicional al transicional o al innovador, pero el precio ha sido alto y no previsto, por inexistencia de información previa al respecto. Para las del grupo social más bajo, la expectativa quedó ligada a dejar la identidad de “provincianas” (aun siendo migrantes) para tener una casa linda, un marido trabajador e hijos que estudien, pasando de un modelo premoderno a uno moderno (Schmuckler, B.: “El rol materno y la politización de la familia”. En La mujer y la violencia invisible, Giberti, E. y Fernández, A. (comp.), ed. Sudamericana, 1989).

El estrés de las mujeres en el mundo del trabajo responde a un fenómeno más complejo que estar expuestas a las mismas exigencias que los varones: deben actuar como “hombres” en un mundo laboral que no valora las características que las mujeres tienen para ofrecer, y por lo tanto las desvaloriza, les pide el doble, las estimula a ser como hombres para acusarlas luego de haber perdido la “feminidad”.

Maridos

En el grupo de entrevistadas más pobres se registra gran cantidad de maridos desempleados y ellas plantean sentimientos de decepción por estar en pareja con maridos “venidos a menos”. Esto lleva a señalar que, en estas mujeres, gran parte del narcisismo y la valía de sí con respecto al trabajo, en vez de estar relacionada con el propio desempeño, lo está con el trabajo del marido que “supieron conseguirse”. Por lo tanto, estos maridos actualmente caídos representan una afrenta narcisista para las mujeres del grupo más pobre; hace caer su valor como mujeres tradicionales exitosas por no haber podido conseguir un mejor marido, que les dure para toda la vida, además de la sobrecarga relativa al aumento de trabajo doméstico necesario para resolver las necesidades del grupo familiar ante la escasez de recursos económicos.

Por su parte, más de la mitad de las entrevistadas del sector social más favorecido no está en pareja actualmente. De las tres en pareja, a una la mantiene el marido; la segunda es ella quien mantiene al marido; la tercera comparte con el marido pero el ingreso de ella es mayor. Podemos decir que, salvo una, todas son en este momento sostenes de hogar. Una mención especial es que, en este sentido, no se observan parejas “más parejas”, sino la inversión del modelo tradicional. Pudiera resultar infartógeno para este grupo de mujeres no ya trabajar “como varones”, sino el ser único sostén, sin poder compartir la carga con otro adulto, padecer una gran presión social y subjetiva por cargarse más de lo que puede una sola persona; situación que era mayormente afrontada por los varones tradicionales.

* Síntesis de una tesis de maestría en Cedes/Flacso, aprobada con sobresaliente y premiada en las VII Jornadas del Foro de Psicoanálisis y Género de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires.



Saludos Cordiales
Dr. José Manuel Ferrer Guerra

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